Os voy a contar una historia…
La estrategia de la empresa era Low Cost. Sus gastos estaban muy controlados, su imagen sobria y sus palabras muy medidas.
Lo que yo no me esperaba es que la relación entre las personas de la empresa fuera también Low Cost, y que los valores que regían sus principios corporativos escritos en papeles.
Solo eso, “en papeles”, instrucciones y circulares.
Sus valores eran de supermercado de descuento, eran una marca blanca.
Directrices y grandes filosofías escritos por todas partes y también incumplidos, en particular, por la alta dirección.
Un compañero mío, gran trabajador y profesional, desconcertado por lo que veía y preocupado por un futuro incierto, al verme ya con “poco pelo”, pensando en mi experiencia, me pidió un consejo.
Yo le dije una de mis máximas, respondí que no sólo desarrollara su trabajo con seriedad e ilusión, sino que también lo pareciera. Que sus superiores lo vieran, y les demostraran día a día su capacidad.
El compañero, me sonrió, y al ver su gesto, añadí: “Pero lo más importante es serlo, no parecerlo. Que quede claro”.
Sea una organización de miles de trabajadores o una oficina con diez personas, cada acto tiene un mensaje para el grupo.
Si se marcan unos principios, se deben cumplir. Y los responsables de velar por ellos son cada uno de los miembros de la empresa, empezando por la implicación personal de sus directivos.
Un flujo de información bidireccional, que debe circular desde el Director General al último trabajador, y viceversa.
Siempre es necesario un toque humano, una relación de respeto mutuo donde el tiempo será el único juez. Y siempre con altas dosis de generosidad, de agradecimiento y de admiración. Ahí se gana la credibilidad.
Pero en ningún caso esta actitud Low Cost es exclusiva de nuestras empresas. Más bien, un reflejo de lo que esta pasando en nuestra sociedad.
Una corriente donde “todo vale”, pero nadie quiere pagar un precio; ni económico, ni social, ni personal. Una realidad paralela traspasada a las llamadas redes sociales, donde todos opinan como si fueran tertulianos de televisión.
Ese Facebook donde todos son felices.
Ese Twitter donde todos quieren ser ingeniosos.
Ese LinkedIn donde todos son CEOs.
Ese Instagram donde todos son cool.
Actitudes cara a la galería y emociones a precio de rebajas.
Una cultura de descuento con final incierto.
Políticos capeando el temporal, buscando la ola que les salve del naufragio.
Periodistas que chillan y no convencen. Con más miedo que vergüenza. Directivos en empresas sin alma, líderes con pies de barro. Emprendedores lanzándose a la arena como último recurso.
Cantantes, actores y escritores acomodados, serviles voces culturales.
Y así todo.
Y en este entorno, ¿dónde encajan esas personas con un caudal ingente de talento? ¿Y los que mantienen una actitud positiva y con valores? ¿Y cómo visualizas el futuro de los que vienen detrás?
Porque lo bueno siempre tendrá un precio, el precio de tu dignidad.
“Se nos toma por bobos, se alimentan los cuervos, se ha perdido la magia, se conjuran los necios. Son los tiempos modernos que nos tocan vivir”
Saludos,